26 de junio de 2009

Un día en Oporto

Otro vuelo barato, esta vez por 16 € fue el que nos puso con los pies en Oporto, la norteña ciudad del país vecino. Esta vez fuimos tres amigos (Ture, Willy y yo) con la ida y la vuelta el mismo día, el 24 de junio.

La aventura ya comenzó de madrugada, pues el vuelo salía a las 05:50 del aeropuerto de Barajas, y nuestras economías no nos permitían coger un taxi. Así que fuimos a Cibeles y allí piyamos el N4 (Autobus Nocturno) que nos llevó al aeropuerto. No fue muy dificil pues había más gente en nuestro plan, pero tampoco es que estuviera bien indicado.


Ture y Willy con el N4. Madrid desde el aire.

Una vez aterrizados, tras 45 minutos de vuelo, lo primero que hicimos fue dormir un poco en el aeropuerto. Así nos dieron las 8 en unos asientos que no evitaron leves dolores de cuello.

Nada más salir del aeropuerto, y guiados por un guardia de seguridad, sacamos el billete Andante 24h, que permite coger tantos metros y autobuses como se desee hasta 24 horas después de validarlo. Su precio era de 5,10 €, ya que el aeropuerto se encuentra en la zona Z4.

Así, y con las calles medio muertas llegamos al final de la linea, el Estadio do Dragao, sede del Fútbol Club Oporto. A las afueras se apreciaba poco movimiento, pero se lo achacamos a las horas que rondaban (8:30 de la mañana). Echamos unas fotos y entramos a un centro comercial que había por allí, para desayunar algo, así que tomamos un café y seguimos adelante.

Fuimos directos al centro de la ciudad, bajándonos en la parada de Trindade. Allí vimos la Iglesia de la Trinidad y la Avenida de los Aliados. Desde ahí, todo andando fuimos a la Plaza de los Liberados, y tras ver la estación del ferrocarril (San Bento) subimos una empinada cuesta hacia la Catedral.


Allí arriba había como una especia de mirador, desde el cual se apreciaba una increible vista de Oporto, para mi lo mejor del viaje. A primera vista parece una ciudad antigua, por el estilo de sus casas, sus callejuelas y la gran cantidad de Iglesias que tiene, pero al recorrer sus calles nos dimos cuenta de la fogosidad que esconde.


También nos llamó la atencion una estatua en honor a Vimara Peres, pues según la fecha debió haber vivido exactamente 100o años. Seguro que es una de esas anécdotas que cuentan en los viajes guiados.


Desde ahí, y un poco a la aventura empezamos a callejaear por verdaderas callejuelas que hacían recordar a un laberinto. Así llegamos a ver el Puente de María Pía (obra de Gustave Eiffel) y el Puente Luiz I. Por algo la llamarán la Ciudad de los puentes. Finalmente salimos al paseo marítimo, donde cogimos un tranvía que pasaba por casualidad. Este nos llevó cerca de lo que los portuenses llaman "playa" de Matosinhos. Como hacía algo de frío, solo Willy la probó para buscar algún bicho de los que tanto le gustan. Allí comimos en un puesto.

Desde allí volvíamos al centro en autobús cuando vimos un edificio que parecía un cubo gigante. Se trataba de la Casa de la Música, y no tardamos en bajar a investigar. El acceso era libre y empezamos a atravesar puertas y más puertas. Eso parecía otro laberinto, salas y más salas con mesas explicativas, instrumentos imaginarios. Me recordó en parte al Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia.

Y desde ahí ya tocaba volver al aeropuerto, así que nos pusimos en marcha, no sin antes conocer a un agradable vagabundo que nos habló de su vida en España y la movida madrileña.

Leer más

22 de junio de 2009

De aventuras en Cerdeña



Este viaje nació un día de estudio al ver una oferta en la web de vuelos baratos. Por casualidad metí fechas y el total salio de 20 €. El caso es que se lo comenté a unos amigos (Ramón (que luego no vendría), Ruiz, Juan y Willy) e inmediatamente dijeron que sí. Toda una semana (del 13 al 20 de junio) en una isla de la que poco conocíamos y poco conoceríamos hasta llegar a ella.

Día 13 de junio: Con lo puesto y una mochila cogimos el avión, que salió con un poco de retraso, pero nada chafó nuestra ilusión, y llegamos en poco más de 2 horas. Una vez allí, hay que decir que la información no estaba muy clara. Por ejemplo el ticket del autobúes (0,70 €) hay que sacarlo en la terminal, y nos enteramos de la boca del propio autobusero, llegando casi a perderlo. Y encima pasan cada hora.

Nos bajamos en la parada de Fertilia, un pequeño pueblo a 4 kilómetros de Alghero. Allí se encontraba el albergue juvenil donde habíamos reservado las tres primeras noches. El calor era agobiante, y otra vez, mal indicado, llegamos al albergue. Nada más entrar nos miraron con cara rara y preguntaron si eramos las españolas. Nosotros perplejos preguntamos, y nos dijeron que habíamos reservado como mujeres, y al ser habitaciones compartidas y las leyes "muy estrictas" nos buscaron un camping cercano, pues no podían meternos juntos.

Cansados del vuelo y de andar, preguntamos por el mar, y caminamos no más de 300 m en esa dirección para pegarnos un bañito. La playa, de piedras, no era la más bonita de la isla, pero ese primer baño nos dejó como nuevos y nos pusimos de camino hacia el camping Kalik.

Al llegar, un hombre bajito que nos recordaba a Luigi (el del Super Mario) nos acogió con los brazos abiertos. El camping ponía a servicio de los clientes unas tiendas amplias al estilo bungalow, pero que al fin y al cabo eran eso, tiendas. Nos dio todo lo que necesitábamos, y así nos asentamos, comimos embutido que traiamos de casa y nos fuimos directamente a la playa.

La verdad es que estabamos algo cansados y el hecho de que la playa de Alghero estuviera sucia no nos motivó demasiado, por lo que empezamos a preguntar a la gente y todo el mundo nos hablaba de la Costa Esmeralda. Decidimos ir al día siguiente desde por la mañana. Antes de acostarnos cenamos unos huevos fritos y los restos que nos quedaban desde España.

Día 14 de junio: Nos despertamos temprano para abandonar el camping. Nos despedimos de Luigi, pero prometimos que volveríamos a verle. Cogimos el autobús hacia Alghero y nos decimidos a la Oficina de Turismo, la cual estaba cerrada, por ser domingo. Así que preguntando llegamos a la estación de autobuses, pero eran las 10 y el autobús no salía hasta las 14. Y su destino era Sassari, a 1/4 de la distancia que teníamos que recorrer para llegar a la Costa Esmeralda.

En aquel momento decidimos ir a la playa, a darnos el chapuzón, y justo se produjo un atropello a un peatón que paseaba por allí. Esto viene bien para avisaros de que el tráfico en la isla, y en toda Italia es aterrador, si creemos que aquí vamos como locos, hay que ver aquello. No parán ni con el semáforo en rojo, imaginar en verde. También vimos un poco la ciudad de Alghero, pero como se nos echó el tiempo encima, la tuvimos que dejar a medias

Tras probar el agua y tomar un poco el sol, volvimos a la estación de autobuses, donde estaba nuestro bus con destino a Sassari. Costaba 3,5 € e iba recorriendo los pueblos, y es que otra cosa a destacar es la situación del transporte público en Cerdeña: poca y mala información, precios altos... Yo creo que estamos mal acostumbrados en comparación con el de Madrid.

Montando el tenderete en el bus nos pusimos de camino, aprovechándolo para secar la ropa. Alguno se mareó de la carretera mala y tanta curva pero llegamos sanos y salvos. Al bajarnos vimos que nos encontrábamos en una ciudad desierta. Un domingo a las 16 h con 40ºC por la calle no hacía salir a nadie, así que dimos un paseo por la ciudad, pero estar tan muerta nos hizo morirnos a nosotros.

Rápidamente fuimos a la estación, sacamos los billetes del tren para Olbia y esperamos allí. Aprovechamos el baño para hacer todo lo que se puede hacer y comimos nuestra última reserva: un paquete de jamón serrano. Por 7 € el tren te lleva hasta la otra punta, pero como incautos que actuamos, al llegar nos dimos cuenta de que Olbia era una copia de Sassari.

De esa manera decidimos prolongar nuestro viaje dos estaciones más, pues en el mapa parecía que la estación estaba cerca del mar. Aquello si que estaba desierto, no había nadie en la estación, no tenía ni puerta. Ya derrumbados seguimos andando hasta que nos cruzamos con tus turistas anglosajonas. Nos dijeron que había una playa preciosa, así que echamos a correr como locos. Al final estaba allí, nos cambiamos y disfrutamos a pleno sol de aquellas aguas cristalinas y arenas finas.

Pasarían 2 horas hasta que empezamos a pensar nuestra cena y nuestra cama, así que nos acercamos a un hotel de aquella playa. Era uno de estos de 5 estrellas y no nos dieron ni agua, así que a la salida nos lavamos en las duchas de fuera y nos pusimos ropa limpia. También llenamos las botellas de agua por si acaso.

Salimos a la carretera principal, cuyo tráfico era de un coche cada dos minutos aproximadamente, lo que empezó a preocuparnos. Haciendo auto-stop, casualmente paró una italiana procedente de Venecia, que nos cogió a los cuatro y nos acercó a un supermercado, donde. Después nos llevó hasta un camping donde nos despedimos de ella. ¡Siempre te estaremos agradecidos Katy!

El caso es que entramos al camping, pero como no teníamos ni sacos, ni tienda, nos dijimos: Para dormir aquí, pagando... nos vamos al campo. Dicho y hecho, abandonamos el tiempo y seguimos haciendo autostop.

Estaba anocheciendo y esta vez no hubo suerte, no paró nadie. Seguimos andando y ya sin esperanzas apareció un cartel de Hostal a 200 m. Entramos y aunque costaba 30 €, no nos lo pensamos. Allí vimos a la selección española de fútbol y aprovechamos para ducharnos, tanto por la noche como por la mañana.

Día 15 de junio: El recepcionista nos recomendó una playa, en su opinión la más bonita de la isla: Rena Bianca, que debe su nombre al color blanquecino de su arena. También nos dijo que nos separaramos por parejas al intentar parar los coches, así que así salimos, no sin antes atiborrarnos a comida en el desayuno y cogiendo todos los botecitos de mantequilla y miel que había sobre la mesa.

La pareja Juan-Willy llegó antes a la playa, mientras que nosotros (Ruiz-Abad) llegamos al final de la carretera de mano de unos catalanes que habían ido en ferry. También montamos en el coche de una pareja francesa, quien nos dejó en la playa. Aquello era el paraiso. Pasamos toda la mañana nadando y disfrutando con la animación de un hotel de la zona. Bailamos y les animamos un poco más, ya que estábamos.

Comimos restos del día anterior, media barra de pan y un paquete de salchichas para cada dos; y nos pusimos rumbo a nuestra siguiente playa: Liscia Ruja. También conocida como Long Beach es la más larga de la isla (y las más bonita en mi opinión). Allí, ya por la tarde nos relajamos lo más que pudimos y ya decidimos dormir allí por lo menos para probarlo.

En esto que estabamos jugando a las palas apareció un vendedor ambulante de pulseras. Al oirnos hablar español nos preguntó el porque de nuestro viaje y descubrimos que era un nómada argentino que recorría el mundo vendiendo pulseras y collares. En la isla le acompañaba su madre que se dedicaba a la venta de bikinis. Al enterarse de nuestra propuesta de dormir en la playa nos ofreció llevarnos hasta un super pues no teníamos que comer ni que beber a cambio de que le acompañaramos en su venta por dos playas más.

Solo fuimos Willy y yo, pues los cuatro no entrábamos en el coche, y durante la venta escuchamos muchas historias, eran encantadores. Después de abastecernos con 24 paquetes de salchichas, 4 de quesitos, 4 de pan de molde y 8 litros de agua volvimos a la playa, donde tras dos horas nos esperaban Ruiz y Juan, tostados de tanto sol y con la playa vacía.

Mientras el sol se fue poniendo disfrutamos del atardecer llenándo nuestro estómago y acondicionandonos para la dura noche que nos esperaba. Nos pusimos toda la ropa que teníamos, el chubasquero y la toalla debajo. A medianoche oíamos ruidos y veíamos yates de fiesta.

Sin embargo a eso de las 2 de la mañana no podíamos más, estábamos completamente calados, y no podíamos arriesgarnos a hacer un fuego, por lo que nos fuimos de la playa por el camino que habíamos venido, aunque ahora me pregunta que sería lo que buscabamos. El caso es que acabamos durmiendo en una intersección de carreteras donde había un poco de césped. Ruiz->

Día 16 de junio: Apenas dormimos una hora y eso se notaba en n uestros cuerpos. Era inverosímil ver como los coches que pasaban por la cerretera de madrugada se paraban icnrédulos ante lo que hacíamos allí. Eran las 5 de la mañana y ya estábamos en pie.

A pesar de todo ni la ilusión ni el humor faltaron nunca, así que seguimos haciendo auto-stop. Casualmente esta vez encontramos dos coches muy rápido y nos llevaron hacia Porto-Rotondo, el centro de la fiesta. Los dos jóvenes que nos llevaron a Ruiz y a mí habían estado de barbacoa, así que debían ser ellos los de los ruidos por la noche.

A propósito que Porto Rotondo sería el alma de la fiesta, pero por la noche, por que a las 6 de la mañana no se movía un alma por allí. Decidimos volver a Olbia y buscar un bed&breakfast por allí, pero una señora que nos cogió con el coche nos alejó de nuestra ruta, por lo que tardamos algo más de lo esperado en llegar.

Una vez en Olbia, nuestro plan fracasó pues el B&B estaba completo, así que cogimos un autobús y lo recorrimos hasta el final de la línea. Empezamos a delirar de tal manera que alguien comentó la idea de ir al aeropuerto en busca de un vuelo barato por salir de aquella isla. No sabíamos lo que decíamos.

Total, que nos bajamos en la estación de tren y decidimos volver a Alghero, al camping con Salvatore. Resultó que estaba completo pero habíamos conocido un grupo de catalanes en el autobús que nos hacían hueco en el albergue. Así que para allá fuimos, de la mano de unos alemanes que tenían previsto ir al camping. Entre cervezas compartimos nuestra cena (salchichas y latas de atún y sardinas) y pasamos un buen rato hablando.

Día 17 de junio: Por fin llegaba algo de tranquilidad, pues nos quedaba una noche en el albergue y dos en el camping, y playa y más playa. Así que pasamos relajados estos últimos días dsfrutando de las playas de la zona oeste, que poco tenían que envidiar a las de la zona este (Costa Esmeralda).

Por la mañana fuimos a la playa de Bombarde, una preciosidad que se nos había escapado, así que comimos allí y volvimos a media tarde, justo a la hora de la siesta, que nos hizo despertarnos a las 19 horas. Solo nos quedaba tiempo para ir a cenar a una pizzería que nos habían recomendado.

Día 18 de junio: Nos movimos del albergue al camping, rápido por la mañana pues habñiamos decidido alquilar unas bicicletas para movernos más rápido, por lo que fuimos a varias playas.

Al llegar al camping para comer, nuestro amigo Salvatore nos pidió que le acompañaramos a su casa. Al rato lo entendimos, pues había hecho barbacoa y quería que nos comieramos las sobras. Nos ofreció vino y cerveza sarda, así como una gran cantidad de comida para cocinar.

Casualmente el primer día, en el aeropuerto habíamos conocido un sardo que nos habló de la hospitalidad de los isleños, a los que le sentaba muy mal que les rechazaran una invitación, pero es que tampoco nos ibamos a quejar.No nos quedaba otra que comer y beber. Y hasta nos regaló una botella de vino de dos litros que más tarde consumiríamos por la noche, para más tarde ir a un chiringuito playero al más puro estilo caribeño.

Día 19 de junio: Nuestro último día en la isla lo invertimos también en playa y más playa. Solo paramos para comer, aunque pese, en un McDonalds, pero es que las hamburguesas de un euro tiran mucho.

Por la noche cenamos en otra pizzería de las tradicionales, que el mismo Salvatore nos había recomendado. Para mí la mejor pizza que recuerdo haber comido. Para terminar nuestra aventura comenzó una fuerte tormenta torrencial que dejó nuestra ropa tendida inpracticable.

Día 20 de junio: Este último día solo nos quedaba coger el avión de vuelta, para lo que nos despertamos temprano. Nos despedimos con un "Hasta luego" a Salvatore, y le prometimos volver a verle el año que viene.

Fuimos a desayunar a Fertilia y aprovechando que había mercadillo compramos cuatro cosillas, entre allas un queso que a mi me encantó. Muy muy curado recibía el nombre de Orgoloso.

Concluyendo, es increible las cosas que se aprenden viajando de esta manera, cosas que ahora no sabría decir pero que de ocurrirme el día de mañana, sabría hacerlo mejor. Esa es sin duda la mejor moraleja.

Leer más