26 de diciembre de 2009

Viaje de fin de exámenes

Al final ya tengo los billetes y por tanto un nuevo viaje confirmado para los días 9-14 de febrero de 2010.

Como ya comenté hace unas semanas; el martes 9 de febrero (un día después de acabar los exámenes), 15 amigos de la universidad ibamos a ir dos días a Bolonia, ciudad italiana que elegimos por el precio del billete, no por sus atractivos turísticos. El caso es que sin alojamiento reservado, yo pillé un billete para el miércoles 10 por la noche desde Bolonia a Francfort-Hahn.

Será el momento en que empiece mi primera aventura en solitario, al menos por unas horas, ya que desde allí (el avión llega a las 23:25) deberé viajar toda la noche para llegar a Stuttgart por la mañana, visitarla y llegar por la tarde a Tübingen, ciudad universitaria donde vive la amiga a la que voy a visitar.

Pasaremos allí dos días y luego me acompañará hacia el sur, visitando el Lago Constanza y adentrándonos en Suiza para llegar finalmente a Basilea, de donde sale mi avión de vuelta, el domingo 14 de febrero. A la vuelta resumen y fotos del viaje.

Un saludo y ¡Feliz Navidad!

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20 de diciembre de 2009

De relax en Marrakech

El pasado miercoles 16 de diciembre, Willy, Ruiz y yo nos embarcamos en una de nuestra nuevas "aventuras". Faltaba la presencia de Ture, quien por motivos personales no pudo asistir, pero nuestra motivación no decayó. Como en otras ocasiones, la compañía escogida fue Ryanair, más que nada por el precio, de unos 30 € por persona (aunque posteriormente nos enteramos que podíamos haber ahorrado 10 pagando con una Visa Electron).

Día 16 de diciembre: Tras dos horas y poco de vuelo, el avión aterrizó en el Aeropuerto de Marrakech-Menara. Para el control de pasaportes hay que rellenar un formulario de inmigración como a cualquier país fuera de la UE, nada complicado. Una vez allí, lo primero que hicimos fue conseguir unos cuantos dirhams (1 € = 11 dh aprox.). La mayoría de establecimientos por no decir todos aceptan euros, pero no cabe la duda de que salimos perdiendo. También cabe recordar que hay que atrasar una hora con respecto a la Península.

Ya fuera de la terminal, debíamos escoger transporte, y nos llamó la atención un panel informativo con los precios que debían cobrarnos los taxistas (unos 50 dh a la plaza central). Aun así nos decidimos por el autobús, que no era mucho más económico (30 dh ida y vuelta, para canjear en un máximo de 15 días).

Ya por las calles de Marrakech, empezábamos a notar las primeras diferencias, la gran cantidad de motos, gente andando... y en general la imagen que teniamos de España hace bastantes años. Para ser diciembre, la temperatura era bastante buena, de unos 15-20 grados, aunque a veces llegamos a pasar verdadero calor.

Tontos de nosotros, nos bajamos en la parada de la Plaza Jemma el Fna (el centro de la actividad de la Medina (ciudad vieja), sin saber que nuestro Riad estaba algo lejos. Los Riads son como los hostales en cualquier otra parte del mundo, pequeños y económicos; lugares para dormir y si acaso el desayuno (aunque no estaba incluido en el precio de 11 € por noche).

Llegamos a la plaza a eso de las 9 de la mañana, y no tardamos en perdernos en las callejuelas de la Medina, y eso que ya estábamos avisados. Tardamos tres horas en encontrar el Riad, aunque se nos pasaron volando, pues no hicimos más que descubrir las cosas que escondía la ciudad. Al final el director de otro Riad llamó al nuestro para que salieran a buscarnos a una mezquita.

Nada más entrar al Riad, sin ninguna indicación en el exterior, nos invitaron a un té y nos
explicaron un poco acerca de la ciudad, lugares que visitar, excursiones que tenían planeadas. Estabamos bastante interesados, pues todavía ninguno teníamos más de un año de carnet y no podiamos alquilar un coche. También nos dijeron que podíamos beber todo el té que quisieramos así como fumar cachimba.

Un ratejo después nos acomodamos en la habitación, y nos echamos a dormir una horita, pues estábamos bastante cansados. Tras deshacer un poco la mochila salimos a dar una vuelta, y no tardó en empezar a anochecer (a eso de las 17). Paseamos por el zoco perdiéndonos por sus calles, admirando la gran cantidad de tiendas y virguerías que tienen. Hay que reconocer que son bastante pesados a la hora de "venderse", pues no hacen más que insistirte en que pases a ver lo que tienen, llegando a ser irritante.

Poco después llegamos a la plaza Jemma el Fna, donde nos había dejado el bus, y subimos a una terraza para hacer la foto típica de la plaza, y aunque nos pedían una consumición por persona, logramos pagar solo una, ya que se puede regatear en todos y cada uno de los establecimientos de la ciudad. Tras la maravillosa estampa nocturna, volvimos al suelo para contemplar todo lo que había, desde serpientes encantadas, y monos de las montañas (a 10 dh la foto), hasta tatuajes de gena, juegos (pescar botellas, tirar bolos...), espectáculos de magia, etc.

Justo al lado una concentración de restaurantes, donde se puede comer bastante bien desde unos 5 €/persona. Si caminar por el zoco es irritante, pasear entre los restaurantes puede ser peor, ya que te empujan hacia ellos, pero es entendible ya que viven del turismo. Y que decir de la comida, bastante buena en general. Por supuesto probamos los platos típicos, como son el cus-cus (granos de sémola mezclados con carne, pollo o verduras) y el tajine (plato de carne , pollo, etc).

Acabamos bastante llenos y volvimos dando un relajado paseo al Riad, donde nos chocó la imagen de dos niños pequeños esnifando gasolina. Antes de dormir, fumamos cachimba compartiendo mesa con dos chavales australianos, un belga, dos francesas; agradecimos bastante el ambiente que se respiraba en el Riad, fuera del ajetreo de la Medina.

Día 17 de diciembre: Nos levantamos temprano pues teníamos programada una excursión a las montañas (Valle de Ourika). No era barata (45 €), pero era la única que nos podíamos permitir, ya que las otras al desierto eran más caras y más largas. La furgoneta vino a buscarnos a 2 minutos del Riad y nos pusimos rumbo al Atlas.

Nuestra primera parada fue únicamente explicativa a manos de nuestro guía, Mustafá. Nos contó un poco la historia de los pueblos bereberes que habitaban el valle, a que se dedicaban y como sobrevivían, prácticamente gracias a la exportación de aceite. Un rato después paramos en una casa bereber a desayunar.

La casa era gigante, habitada por una familia entera de unas 20 personas (lo típico de la zona). Nos llamó la atención la ducha, pues era una especie de horno a la entrada de la casa y la "granja" que tenían dentro de casa. Tres vacas suministraban leche diaria y lógicamente, a su muerte bastante comida. Después vimos el proceso de elaboración del pan y el del té; para luego tomarlos acompañados de miel, mantequilla y aceite.

Proseguimos nuestro camino pero no tardamos en volver a parar, esta vez para montar en camello. Era una atracción notadamente turística, pero bastante curiosa. Se nos hizó corta pero echamos unas risas. A la bajada, volvían a estar los típicos vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de bisutería.

Tras otro ratejo en la carretera llegamos a nuestro destino final, un pequeño paseo que conduciría a una cascada. No era la más bonita del mundo, pero fue entretenida la ascensión, viendo restaurantes por todo el sendero, metidos en plena montaña. Al regresar paramos a comer en un restaurante típico lo mismo que el día anterior, cus-cus y tajine, pero estaba algo más rico.

Volvimos medio dormidos al Riad , y eso que los paisajes no dejaban de sorprendernos, pero la jornada había sido agotadora. Por la noche, salimos a visitar el barrio de Gueliz (como se conoce la zona nueva). Son dos mundos totalmente diferentes, este último más "occidentalizado".

Día 18 de diciembre: Volvimos a despertarnos temprano (a eso de las 8) pues teníamos pensado coger el bus de las 8 30 a la ciudad costera de Essaouira. Hay dos compañías que realizan ese trayecto, SupraTours y CTM, pero por 5 dh escogimos la primera. Sin embargo, al llegar a la estación lo perdimos y el de las 10 45 estaba completo, por lo que cogimos los billetes para el día siguiente. El precio era de 65 dh (solo ida) pero nos habían dicho que realmente merecía la pena.

A esas horas, vimos un McDonalds en la estación de trenes (cercana a la del autobús) y paramos a desayunar una hamburguesa. No es lo típico, pero sentíamos curiosidad por probarlo allí, y sabía prácticamente igual (si acaso la coca-cola un poco mejor, decía Ruiz). Tras este break volvimos al Riad para dormir un poquillo más, pues no debemos olvidar que el propósito de nuestro viaje era descansar un poco.

Salimos a la hora de comer y volvimos a perdernos entre las calles de la Medina (lo que es totalmente recomendable). Es prácticamente imposible no perderse, ya que las callejuelas no son rectas y se hace facil perder el norte. No obstante, tras comprar unas cuantas chorradas (regateando, por supuesto; los primero precios son excesivos) llegamos a la Plaza Jemaa el Fna.

Esta vez comimos pinchos morunos, salchichas y una asadurilla de higado. Esto último, no era muy agradable a la vista, pero estaba riquísimo. Con la tripa llena, fuimos a descansar a un parque cercano a la mezquita central (La Koutubia), y contemplamos un precioso atardecer.

Volvimos a la plaza para conversar con sus gentes, ya que entre la multitud, había alguno que sabía algo más que ¿Madrid o Barça?, y escuchamos bastantes historias acerca del Sahara, de las especias, etc. Caminando de camino al Riad, se me saturó un poco la nariz, pues en treinta metros conviven olores muy fuertes, como pueden ser el de las especias, animales (vivos y muertos), perfumes, cachimbas... pero nada grave.

Esa noche conversamos bastante tiempo acerca de infinitas cosas con la gente del Riad. Increible lo que se puede aprender solo escuchando las gentes que vagan por el mundo, como un australiano que nos hizo mucha gracia, pues se alimentaba a base de perejil. Allí nos recomendaron la lectura de "Las nueve revelaciones", libro que está apuntado en mi agenda.

Día 19 de diciembre: Esta vez si que no perdimos el bus y tras tres horas de viaje llegamos a la fortaleza costera de Essaouira. Lo primero que hicimos fue coger el billete de vuelta (ya que no se puede comprar en Marrakech) y una vez adquirido entramos en la Medina. Toda ella está rodeada de una gran muralla como en Marrakech, pero esta a su vez tiene cañoñes en gran parte de ella muy bien conservados.

No hicimos más que pasear por ella, y subir a lo alto de la muralla, sintiéndonos al más puro estilo de los guerreros de la época. Otra cosa que nos llamo la atención fueron los contrastes, como en Marrakech. Podíamos ver la calle central repleta de color, con las tiendas, los arcos, las gentes; y su paralela en ruinas, con niños pobres a juzgar por sus ropas, jugando con una "pelota" fabricada con un poco de cinta enrollada.

Paramos para comer un kebab y un shawarma, los cuales no nos disgustaron, y una vez con fuerzas dimos un largo la playa. Mucha gente aprovechaba el fuerte viento para hacer volar sus cometas o practicar el kitesurf (Essaouira habñia sido sede de un campeonato en noviembre).

Nos paramos entonces en la entrada de un parque infantil, pues había un hombre en la puerta. Pedía 5 dh a cada niño por entrar. Nos chocó bastante que se le pusiera precio a ese tipo de "disfrute" infantil. Seguimos hablando con cualquier persona que se nos cruzaba en el camino, y así conocimos bastantes vendedores de galletas que según nos decían llevaban hachís, marihuana y ese tipo de sustancias.

Después vimos el puerto, y una especie de lonja, donde se vendía el pescado del día. Al igual que en otros sitios, la gente se acercaba a hablarnos (sobretodo de fútbol), y al final de la conversación pedían alguna limosnilla. Se la tenían que ganar, por así decirlo, ya que la economía del estudiante no es la de un trabajador, pero siempre nos recompensaba emocionalmente, ya que para ellos un solo dirham puede significar mucho.

Ya nos quedaba poco para que saliera el bus de vuelta cuando empezó a llover. Fuimos a la parada del bus y esperamos. Tuvimos un viaje algo ajetreado, pues por lo visto una señora se mareó bastante, y entraba agua por algunas ventanas, pero conseguimos llegar sanos y salvos a la ciudad. Allí decidimos invertir nuestros últimos 10 dh en el KFC, donde nos dieron dos porciones de pollo, lo cual nos sorprendió).

Día 20 de diciembre:El último día de nuestro viaje nos costó levantarnos a las 6 de la mañana pero logramos llegar a tiempo a la parada del bus para coger el primero del día y llegar al aeropuerto con tiempo de sobra, el cual agradecimos pues se nos plantearon varias cuestiones que no teníamos previstas.

Lo primero fue que debíamos sellar nuestro billete en el mostrador de facturación de la compañía, cosa que no he hecho en nungún otro vuelo con Ryanair. Ya con nuestro sello pasamos el control de seguridad, con unos tocamientos excesivos en el pubis, imaginamos qe por el tema del hachís, pero en ningún caso justificables. Finalmente tuvimos que rellenar otra vez el mismo formulario de inmigración que hicimos a la entrada del país.

Ya en el avión, empezamos a pensar en volver a estas tierras, alquilando un coche, eso sí. Ya que es un país muy cercano al nuestro pero tan distante en cuanto a costumbres se refiere.

Dentro de pocó actualizaré con las fotos.

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30 de noviembre de 2009

Febrero 2010 - Bologna

Un día después de acabar los exámenes, 15 amigos de la Universidad nos moveremos a la ciudad de Bolonia, en pleno corazón de Italia.

Este viaje surgió dada una oferta de 10 € ida y vuelta con Ryanair, compañía a la que tengo que nombrar, pues está influyendo bastante en mi vida de manera positiva.

Las fechas elegidas son del 9 al 11 de febrero y pensamos conocer la ciudad, tanto de día como de noche, pues no tenemos alojamiento, pero con nuestros sacos de dormir, sobreviviremos.

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17 de noviembre de 2009

Nuevo destino: Marrakech

Tres amigos (Ture, Ruiz, Willy) y yo vamos a hacer un nuevo viaje ahora en diciembre. La idea era hacerlo en febrero, pero al coincidirnos con exámenes lo hemos adelantado.

Así que dentro de un mes, del miercoles 16 al domingo 20 de diciembre nos vamos a Marrakech (Marruecos).

El destino vino un poco marcado por los 30 € que nos ha costado el vuelo, y en parte tambien por lo mucho que nos sugiere este país y que esperamos aprender.

Por supuesto no nos defraudará y tras el viaje resumen fotográfico y quien sabe si videográfico.

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9 de noviembre de 2009

CouchSurfing o la "nueva" manera de viajar

Muy buenas, hoy os escribo para hablaros de Couchsurfing, una iniciativa que empezó hace años y que hoy cuenta con MÁS DE UN MILLÓN Y MEDIO DE USUARIOS ALREDEDOR DEL MUNDO. Del inglés "couch surfing" (Surfeando sofás) es un proyecto online por el que usuarios de todo el mundo comparten una cama o sofá de su casa para que otras personas vayan a dormir y conozcan la zona del anfitrión.

Por tanto hay dos opciones, la de albergar (imposible para mí pues vivo con mis padres, aunque me encantará hacerlo en el futuro) y la de viajar a un sitio y dormir en casa de alguien, con el consiguiente ahorro de precio y el intercambio cultural. También hay otra opción de estar "available for a coffee or a drink" con el fin de enseñar a algún turista la ciudad o salir a tomar algo.

En definitiva, la forma ideal para viajar según yo, conociendo gente y ahorrando dinero. Es una pena que no la haya podido probar todavía, pero espero hacerlo a lo largo de este curso.

Así que os recomiendo que le echeis un ojo a la página y a ver si os animais, por lo menos a registraros.

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26 de junio de 2009

Un día en Oporto

Otro vuelo barato, esta vez por 16 € fue el que nos puso con los pies en Oporto, la norteña ciudad del país vecino. Esta vez fuimos tres amigos (Ture, Willy y yo) con la ida y la vuelta el mismo día, el 24 de junio.

La aventura ya comenzó de madrugada, pues el vuelo salía a las 05:50 del aeropuerto de Barajas, y nuestras economías no nos permitían coger un taxi. Así que fuimos a Cibeles y allí piyamos el N4 (Autobus Nocturno) que nos llevó al aeropuerto. No fue muy dificil pues había más gente en nuestro plan, pero tampoco es que estuviera bien indicado.


Ture y Willy con el N4. Madrid desde el aire.

Una vez aterrizados, tras 45 minutos de vuelo, lo primero que hicimos fue dormir un poco en el aeropuerto. Así nos dieron las 8 en unos asientos que no evitaron leves dolores de cuello.

Nada más salir del aeropuerto, y guiados por un guardia de seguridad, sacamos el billete Andante 24h, que permite coger tantos metros y autobuses como se desee hasta 24 horas después de validarlo. Su precio era de 5,10 €, ya que el aeropuerto se encuentra en la zona Z4.

Así, y con las calles medio muertas llegamos al final de la linea, el Estadio do Dragao, sede del Fútbol Club Oporto. A las afueras se apreciaba poco movimiento, pero se lo achacamos a las horas que rondaban (8:30 de la mañana). Echamos unas fotos y entramos a un centro comercial que había por allí, para desayunar algo, así que tomamos un café y seguimos adelante.

Fuimos directos al centro de la ciudad, bajándonos en la parada de Trindade. Allí vimos la Iglesia de la Trinidad y la Avenida de los Aliados. Desde ahí, todo andando fuimos a la Plaza de los Liberados, y tras ver la estación del ferrocarril (San Bento) subimos una empinada cuesta hacia la Catedral.


Allí arriba había como una especia de mirador, desde el cual se apreciaba una increible vista de Oporto, para mi lo mejor del viaje. A primera vista parece una ciudad antigua, por el estilo de sus casas, sus callejuelas y la gran cantidad de Iglesias que tiene, pero al recorrer sus calles nos dimos cuenta de la fogosidad que esconde.


También nos llamó la atencion una estatua en honor a Vimara Peres, pues según la fecha debió haber vivido exactamente 100o años. Seguro que es una de esas anécdotas que cuentan en los viajes guiados.


Desde ahí, y un poco a la aventura empezamos a callejaear por verdaderas callejuelas que hacían recordar a un laberinto. Así llegamos a ver el Puente de María Pía (obra de Gustave Eiffel) y el Puente Luiz I. Por algo la llamarán la Ciudad de los puentes. Finalmente salimos al paseo marítimo, donde cogimos un tranvía que pasaba por casualidad. Este nos llevó cerca de lo que los portuenses llaman "playa" de Matosinhos. Como hacía algo de frío, solo Willy la probó para buscar algún bicho de los que tanto le gustan. Allí comimos en un puesto.

Desde allí volvíamos al centro en autobús cuando vimos un edificio que parecía un cubo gigante. Se trataba de la Casa de la Música, y no tardamos en bajar a investigar. El acceso era libre y empezamos a atravesar puertas y más puertas. Eso parecía otro laberinto, salas y más salas con mesas explicativas, instrumentos imaginarios. Me recordó en parte al Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia.

Y desde ahí ya tocaba volver al aeropuerto, así que nos pusimos en marcha, no sin antes conocer a un agradable vagabundo que nos habló de su vida en España y la movida madrileña.

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22 de junio de 2009

De aventuras en Cerdeña



Este viaje nació un día de estudio al ver una oferta en la web de vuelos baratos. Por casualidad metí fechas y el total salio de 20 €. El caso es que se lo comenté a unos amigos (Ramón (que luego no vendría), Ruiz, Juan y Willy) e inmediatamente dijeron que sí. Toda una semana (del 13 al 20 de junio) en una isla de la que poco conocíamos y poco conoceríamos hasta llegar a ella.

Día 13 de junio: Con lo puesto y una mochila cogimos el avión, que salió con un poco de retraso, pero nada chafó nuestra ilusión, y llegamos en poco más de 2 horas. Una vez allí, hay que decir que la información no estaba muy clara. Por ejemplo el ticket del autobúes (0,70 €) hay que sacarlo en la terminal, y nos enteramos de la boca del propio autobusero, llegando casi a perderlo. Y encima pasan cada hora.

Nos bajamos en la parada de Fertilia, un pequeño pueblo a 4 kilómetros de Alghero. Allí se encontraba el albergue juvenil donde habíamos reservado las tres primeras noches. El calor era agobiante, y otra vez, mal indicado, llegamos al albergue. Nada más entrar nos miraron con cara rara y preguntaron si eramos las españolas. Nosotros perplejos preguntamos, y nos dijeron que habíamos reservado como mujeres, y al ser habitaciones compartidas y las leyes "muy estrictas" nos buscaron un camping cercano, pues no podían meternos juntos.

Cansados del vuelo y de andar, preguntamos por el mar, y caminamos no más de 300 m en esa dirección para pegarnos un bañito. La playa, de piedras, no era la más bonita de la isla, pero ese primer baño nos dejó como nuevos y nos pusimos de camino hacia el camping Kalik.

Al llegar, un hombre bajito que nos recordaba a Luigi (el del Super Mario) nos acogió con los brazos abiertos. El camping ponía a servicio de los clientes unas tiendas amplias al estilo bungalow, pero que al fin y al cabo eran eso, tiendas. Nos dio todo lo que necesitábamos, y así nos asentamos, comimos embutido que traiamos de casa y nos fuimos directamente a la playa.

La verdad es que estabamos algo cansados y el hecho de que la playa de Alghero estuviera sucia no nos motivó demasiado, por lo que empezamos a preguntar a la gente y todo el mundo nos hablaba de la Costa Esmeralda. Decidimos ir al día siguiente desde por la mañana. Antes de acostarnos cenamos unos huevos fritos y los restos que nos quedaban desde España.

Día 14 de junio: Nos despertamos temprano para abandonar el camping. Nos despedimos de Luigi, pero prometimos que volveríamos a verle. Cogimos el autobús hacia Alghero y nos decimidos a la Oficina de Turismo, la cual estaba cerrada, por ser domingo. Así que preguntando llegamos a la estación de autobuses, pero eran las 10 y el autobús no salía hasta las 14. Y su destino era Sassari, a 1/4 de la distancia que teníamos que recorrer para llegar a la Costa Esmeralda.

En aquel momento decidimos ir a la playa, a darnos el chapuzón, y justo se produjo un atropello a un peatón que paseaba por allí. Esto viene bien para avisaros de que el tráfico en la isla, y en toda Italia es aterrador, si creemos que aquí vamos como locos, hay que ver aquello. No parán ni con el semáforo en rojo, imaginar en verde. También vimos un poco la ciudad de Alghero, pero como se nos echó el tiempo encima, la tuvimos que dejar a medias

Tras probar el agua y tomar un poco el sol, volvimos a la estación de autobuses, donde estaba nuestro bus con destino a Sassari. Costaba 3,5 € e iba recorriendo los pueblos, y es que otra cosa a destacar es la situación del transporte público en Cerdeña: poca y mala información, precios altos... Yo creo que estamos mal acostumbrados en comparación con el de Madrid.

Montando el tenderete en el bus nos pusimos de camino, aprovechándolo para secar la ropa. Alguno se mareó de la carretera mala y tanta curva pero llegamos sanos y salvos. Al bajarnos vimos que nos encontrábamos en una ciudad desierta. Un domingo a las 16 h con 40ºC por la calle no hacía salir a nadie, así que dimos un paseo por la ciudad, pero estar tan muerta nos hizo morirnos a nosotros.

Rápidamente fuimos a la estación, sacamos los billetes del tren para Olbia y esperamos allí. Aprovechamos el baño para hacer todo lo que se puede hacer y comimos nuestra última reserva: un paquete de jamón serrano. Por 7 € el tren te lleva hasta la otra punta, pero como incautos que actuamos, al llegar nos dimos cuenta de que Olbia era una copia de Sassari.

De esa manera decidimos prolongar nuestro viaje dos estaciones más, pues en el mapa parecía que la estación estaba cerca del mar. Aquello si que estaba desierto, no había nadie en la estación, no tenía ni puerta. Ya derrumbados seguimos andando hasta que nos cruzamos con tus turistas anglosajonas. Nos dijeron que había una playa preciosa, así que echamos a correr como locos. Al final estaba allí, nos cambiamos y disfrutamos a pleno sol de aquellas aguas cristalinas y arenas finas.

Pasarían 2 horas hasta que empezamos a pensar nuestra cena y nuestra cama, así que nos acercamos a un hotel de aquella playa. Era uno de estos de 5 estrellas y no nos dieron ni agua, así que a la salida nos lavamos en las duchas de fuera y nos pusimos ropa limpia. También llenamos las botellas de agua por si acaso.

Salimos a la carretera principal, cuyo tráfico era de un coche cada dos minutos aproximadamente, lo que empezó a preocuparnos. Haciendo auto-stop, casualmente paró una italiana procedente de Venecia, que nos cogió a los cuatro y nos acercó a un supermercado, donde. Después nos llevó hasta un camping donde nos despedimos de ella. ¡Siempre te estaremos agradecidos Katy!

El caso es que entramos al camping, pero como no teníamos ni sacos, ni tienda, nos dijimos: Para dormir aquí, pagando... nos vamos al campo. Dicho y hecho, abandonamos el tiempo y seguimos haciendo autostop.

Estaba anocheciendo y esta vez no hubo suerte, no paró nadie. Seguimos andando y ya sin esperanzas apareció un cartel de Hostal a 200 m. Entramos y aunque costaba 30 €, no nos lo pensamos. Allí vimos a la selección española de fútbol y aprovechamos para ducharnos, tanto por la noche como por la mañana.

Día 15 de junio: El recepcionista nos recomendó una playa, en su opinión la más bonita de la isla: Rena Bianca, que debe su nombre al color blanquecino de su arena. También nos dijo que nos separaramos por parejas al intentar parar los coches, así que así salimos, no sin antes atiborrarnos a comida en el desayuno y cogiendo todos los botecitos de mantequilla y miel que había sobre la mesa.

La pareja Juan-Willy llegó antes a la playa, mientras que nosotros (Ruiz-Abad) llegamos al final de la carretera de mano de unos catalanes que habían ido en ferry. También montamos en el coche de una pareja francesa, quien nos dejó en la playa. Aquello era el paraiso. Pasamos toda la mañana nadando y disfrutando con la animación de un hotel de la zona. Bailamos y les animamos un poco más, ya que estábamos.

Comimos restos del día anterior, media barra de pan y un paquete de salchichas para cada dos; y nos pusimos rumbo a nuestra siguiente playa: Liscia Ruja. También conocida como Long Beach es la más larga de la isla (y las más bonita en mi opinión). Allí, ya por la tarde nos relajamos lo más que pudimos y ya decidimos dormir allí por lo menos para probarlo.

En esto que estabamos jugando a las palas apareció un vendedor ambulante de pulseras. Al oirnos hablar español nos preguntó el porque de nuestro viaje y descubrimos que era un nómada argentino que recorría el mundo vendiendo pulseras y collares. En la isla le acompañaba su madre que se dedicaba a la venta de bikinis. Al enterarse de nuestra propuesta de dormir en la playa nos ofreció llevarnos hasta un super pues no teníamos que comer ni que beber a cambio de que le acompañaramos en su venta por dos playas más.

Solo fuimos Willy y yo, pues los cuatro no entrábamos en el coche, y durante la venta escuchamos muchas historias, eran encantadores. Después de abastecernos con 24 paquetes de salchichas, 4 de quesitos, 4 de pan de molde y 8 litros de agua volvimos a la playa, donde tras dos horas nos esperaban Ruiz y Juan, tostados de tanto sol y con la playa vacía.

Mientras el sol se fue poniendo disfrutamos del atardecer llenándo nuestro estómago y acondicionandonos para la dura noche que nos esperaba. Nos pusimos toda la ropa que teníamos, el chubasquero y la toalla debajo. A medianoche oíamos ruidos y veíamos yates de fiesta.

Sin embargo a eso de las 2 de la mañana no podíamos más, estábamos completamente calados, y no podíamos arriesgarnos a hacer un fuego, por lo que nos fuimos de la playa por el camino que habíamos venido, aunque ahora me pregunta que sería lo que buscabamos. El caso es que acabamos durmiendo en una intersección de carreteras donde había un poco de césped. Ruiz->

Día 16 de junio: Apenas dormimos una hora y eso se notaba en n uestros cuerpos. Era inverosímil ver como los coches que pasaban por la cerretera de madrugada se paraban icnrédulos ante lo que hacíamos allí. Eran las 5 de la mañana y ya estábamos en pie.

A pesar de todo ni la ilusión ni el humor faltaron nunca, así que seguimos haciendo auto-stop. Casualmente esta vez encontramos dos coches muy rápido y nos llevaron hacia Porto-Rotondo, el centro de la fiesta. Los dos jóvenes que nos llevaron a Ruiz y a mí habían estado de barbacoa, así que debían ser ellos los de los ruidos por la noche.

A propósito que Porto Rotondo sería el alma de la fiesta, pero por la noche, por que a las 6 de la mañana no se movía un alma por allí. Decidimos volver a Olbia y buscar un bed&breakfast por allí, pero una señora que nos cogió con el coche nos alejó de nuestra ruta, por lo que tardamos algo más de lo esperado en llegar.

Una vez en Olbia, nuestro plan fracasó pues el B&B estaba completo, así que cogimos un autobús y lo recorrimos hasta el final de la línea. Empezamos a delirar de tal manera que alguien comentó la idea de ir al aeropuerto en busca de un vuelo barato por salir de aquella isla. No sabíamos lo que decíamos.

Total, que nos bajamos en la estación de tren y decidimos volver a Alghero, al camping con Salvatore. Resultó que estaba completo pero habíamos conocido un grupo de catalanes en el autobús que nos hacían hueco en el albergue. Así que para allá fuimos, de la mano de unos alemanes que tenían previsto ir al camping. Entre cervezas compartimos nuestra cena (salchichas y latas de atún y sardinas) y pasamos un buen rato hablando.

Día 17 de junio: Por fin llegaba algo de tranquilidad, pues nos quedaba una noche en el albergue y dos en el camping, y playa y más playa. Así que pasamos relajados estos últimos días dsfrutando de las playas de la zona oeste, que poco tenían que envidiar a las de la zona este (Costa Esmeralda).

Por la mañana fuimos a la playa de Bombarde, una preciosidad que se nos había escapado, así que comimos allí y volvimos a media tarde, justo a la hora de la siesta, que nos hizo despertarnos a las 19 horas. Solo nos quedaba tiempo para ir a cenar a una pizzería que nos habían recomendado.

Día 18 de junio: Nos movimos del albergue al camping, rápido por la mañana pues habñiamos decidido alquilar unas bicicletas para movernos más rápido, por lo que fuimos a varias playas.

Al llegar al camping para comer, nuestro amigo Salvatore nos pidió que le acompañaramos a su casa. Al rato lo entendimos, pues había hecho barbacoa y quería que nos comieramos las sobras. Nos ofreció vino y cerveza sarda, así como una gran cantidad de comida para cocinar.

Casualmente el primer día, en el aeropuerto habíamos conocido un sardo que nos habló de la hospitalidad de los isleños, a los que le sentaba muy mal que les rechazaran una invitación, pero es que tampoco nos ibamos a quejar.No nos quedaba otra que comer y beber. Y hasta nos regaló una botella de vino de dos litros que más tarde consumiríamos por la noche, para más tarde ir a un chiringuito playero al más puro estilo caribeño.

Día 19 de junio: Nuestro último día en la isla lo invertimos también en playa y más playa. Solo paramos para comer, aunque pese, en un McDonalds, pero es que las hamburguesas de un euro tiran mucho.

Por la noche cenamos en otra pizzería de las tradicionales, que el mismo Salvatore nos había recomendado. Para mí la mejor pizza que recuerdo haber comido. Para terminar nuestra aventura comenzó una fuerte tormenta torrencial que dejó nuestra ropa tendida inpracticable.

Día 20 de junio: Este último día solo nos quedaba coger el avión de vuelta, para lo que nos despertamos temprano. Nos despedimos con un "Hasta luego" a Salvatore, y le prometimos volver a verle el año que viene.

Fuimos a desayunar a Fertilia y aprovechando que había mercadillo compramos cuatro cosillas, entre allas un queso que a mi me encantó. Muy muy curado recibía el nombre de Orgoloso.

Concluyendo, es increible las cosas que se aprenden viajando de esta manera, cosas que ahora no sabría decir pero que de ocurrirme el día de mañana, sabría hacerlo mejor. Esa es sin duda la mejor moraleja.

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